domingo, 19 de febrero de 2017

Santiago Ramón y Cajal y el ejercicio físico: Edad Adulta

Cajal, a los 18 años, en pose atlética

DEPORTES Y JUEGOS TRADICIONALES

Por José Antonio ADELL CASTÁN y Celedonio GARCÍA RODRÍGUEZ


Con el desarrollo muscular adquirido con su enorme fuerza de voluntad, Cajal pronto sustituyó su bastón por una formidable barra de hierro (pesaba 16 libras). Él mismo confesaba que: "vivía orgulloso y hasta insolente con mi ruda arquitectura de faquín, y ardía en deseos de probar mis puños en cualquiera" (1).

Lance por la Venus de Milo


En varias ocasiones dio a conocer una aventura típica que, en su opinión, "retrata bien, aparte de los efectos mentales de mi manía acrobática y pugilista, el estado de espíritu de aquella generación candorosamente romántica y quijotesca".

Se refiere al pugilato que sostuvo en los sotos del Huerva con un estudiante de ingeniero, disputándose a puñetazo limpio el amor de una linda damita conocida por la Venus de Milo, que vivía en la calle de Cinco de Marzo y que al fin murió soltera (2).

En principio el lance concertado era a "estacazo limpio", pero en vista de la desigualdad de los garrotes, convinieron en acometerse a "puñetazo limpio", considerándose vencido el primero que fuera derribado.

Cajal narraba de esta manera el duelo: "Era una especie de lucha grecorromana, según se estila ahora, aunque sin tantos requilorios. Nos cuadramos, y acordándome yo, sin duda, de los ingleses al comenzar la batalla de Fontenoy, exclamé: «Pegad primero, caballero M.».

Ni corto ni perezoso, mi contrincante me asestó en la cabeza tres o cuatro puñetazos estupefacientes, que levantaron ronchas y me impidieron después encasquetarme el sombrero. Por dicha, disfrutaba yo entonces de un cráneo a pruebas de trompadas, y soporté impertérrito la formidable embestida. Llegado mi turno, tras algún envión de castigo, cerré sobre mi rival, levantéle en vilo y rodeándole con mis brazos de oso iracundo, esperé unos instantes los efectos quirúrgicos del abrazo. No se hicieron esperar: la faz de mi adversario tornóse lívida, crujieron sus huesos y perdido el sentido cayó al suelo cual masa inerte. Al contemplar los efectos de mi barbarie sufrí susto terrible: sospeché que lo había asfixiado o que, por lo menos, le había producido alguna grave fractura" (3).

No fue así, y Cajal arrepentido de su brutalidad le ayudó a levantarse y a vestirse y le acompañó a su casa. Ambos acabaron haciéndose excelentes camaradas.

Juegos y deportes tradicionales


A los veinte años, Cajal acudió a Valpalmas para hacer unos encargos de su padre y fue invitado a las fiestas. "Conforme a la usanza general de Aragón, los festejos proyectados consistían en carreras a pie y en sacos, cucañas, funciones de piculines (saltimbanquis), juegos de la barra y de pelota, etc." (4). Llevado por su afición a los deportes, una mañana acudió a presenciar el "airoso y viril juego de la barra, celebrado al socaire del alto muro de la iglesia". Cuando más animado estaba el espectáculo, uno de los acompañantes le dijo:

"-Estos no son juegos pa señoritos... Pa ustedes el dominó, el billar, ¡y gracias!...

-Está usted equivocado -le respondí-. Hay señoritos aficionados a los ejercicios de fuerza y que podrían, con algo de práctica, luchar dignamente con ustedes.

-¡Bah! -continuó el socarrón-. Pa manejar la barra son menester manos menos finas que las de su mercé. Lajuerza se tiene manejando la azada y dándole a la dalla.

Y cogiendo el pesado hierro me lo puso en las manos, diciendo: «¡Amos a ver que tal se porta el pijaito!...».

Picado en lo más vivo, empuñé enérgicamente la poderosa barra, me puse en postura y haciendo supremo esfuerzo lancé el proyectil al espacio. ¡Sorpresa general de los matracos! Contra lo que se esperaba, mi tiro sobrepujó a los más largos".

Su pequeño éxito de vanidad muscular no fue suficiente demostración para el guasón mozo fornido, y añadió. "-¡Bah!... Esto es custión d'habilidá... Problemos algo que se pegue al riñón. ¿A que no se carga usted tan siquiera una talega de trigo? (cuatro fanegas).".

El orgullo de atleta de Cajal, en este momento, se sublevó del todo, interrogando:

"-Y usted que presume de bríos, ¿cuánto peso carga usted?

-Pus estando descansao no me afligen siete fanegas. Pero los más forzudos del pueblo pueden con el cahiz (ocho fanegas).

-Venga, pues, ese cahiz de trigo y veamos quién de los dos puede con él.

Formóse corro, acudió el alcalde, y de común acuerdo nos trasladamos a casa de cierto tratante, en cuyo patio(portal) yacían muchos sacos de trigo. Escogiose una saca de grandes dimensiones, se midieron a conciencia las ocho fanegas, aferré con ambos brazos la imponente mole, y merced a poderoso impulso, el señorito de cara pálida y huesosa cargó con el cahiz. ¡Me porté, pues, como un hombre!... En cambio, mi zumbón no pasó de las siete consabidas fanegas" (5).

Los deportes modernos

En pocos años, los últimos del siglo XIX y primeros del XX, se produce un cambio brusco en las prácticas deportivas; se abandonan algunos deportes autóctonos y se introducen, con pujanza, otros venidos de fuera de España.

La práctica del ejercicio físico y la gimnasia pasó a denominarse en esta época cultura física, coincidiendo con el desarrollo y el creciente culto por los juegos ingleses. Cajal, con una visión más contemporánea, criticaría la falta de originalidad en la importación de juegos, así como en los espectáculos, consecuencia de la tiranía que arrastra a la sociedad de consumo:

"Se ha abandonado el noble juego de la pelota a mano... el de los bolos... el de la barra y se han desarrollado los ejercicios ingleses... el bárbaro pugilismo traído de los Estados Unidos... Los deportes físicos no deben encaminarse a producir 'ases', sino a elevar prudentemente la robustez del promedio de la raza..."(6).

Lorenzo Lizalde hace una apreciación en este sentido, criticando los defectos de la raza (término muy en boga en la época):

"Este hombre que valora la verdad por encima de todo, desconfía del político profesional. Y fustiga sin piedad los defectos de los españoles: la lotería, el flamenquismo, las corridas de toros, el fútbol importado que no hace sino aumentar las rivalidades, la insolidaridad de instituciones y de las clases altas, la falta de perseverancia y de originalidad, el mimetismo con el que se acepta la sociedad de consumo..." (7).

Excursionismo y ajedrez

Cajal ya había abandonado por completo los excesos que suponían el culto al cuerpo. De la guerra de Cuba llegó enfermo en 1875. Ahora el único contacto que tendría con la actividad física estaría relacionado con el excursionismo.

En 1878, afectado de tuberculosis, Santiago siguió un programa de curación preparado por su padre. En los baños de Panticosa comenzó a reaccionar contra el desaliento ascendiendo a los picachos próximos al balneario. Recordaba que en una de esas excursiones, presa de un rapto de negra melancolía, arriesgó encaramándose en lo alto de una peña, desde donde hubiera querido dejarse morir contemplando el firmamento.

Acabada la temporada de Panticosa, Cajal fue, acompañado de su hermana Pabla, al monasterio nuevo de San Juan de la Peña. La suculenta alimentación, formada de carne y leche, las jiras diarias por los bosques circundantes y las excursiones por el viejo monasterio, los alrededores de la montaña y a Santa Cruz de la Serós, le trajeron el vigor al cuerpo y la serenidad del espíritu.

Tras su enfermedad, Cajal diría: "Grandes médicos son el sol, el aire, el silencio y el arte. Los dos primeros tonifican el cuerpo; los dos últimos apagan las vibraciones del dolor, nos libran de nuestras ideas, a veces más virulentas que el peor de los microbios, y derivan nuestra sensibilidad hacia el mundo, fuente de los goces más puros y vivificantes" (8).

Cuando Cajal sintió los primeros efectos de su enfermedad, se encontraba jugando una partida de ajedrez en los jardines del zaragozano café de la Iberia, en compañía de su amigo don Francisco Ledesma, abogado y capitán del Cuerpo de Administración Militar.

Cajal era un gran aficionado al ajedrez, como podemos observar en otra referencia, coincidiendo también con una ingrata noticia, el trágico desastre colonial del 98. Cajal veraneaba en la localidad madrileña de Miraflores de la Sierra junto con D. Federico Olóriz; ambos jugaban todos los días una partida de ajedrez. Un día suspendieron la partida por la noticia de la horrenda catástrofe (9).

CI
TAS BIBLIOGRÁFICAS

(1) RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Mi infancia y juventud. Espasa Calpe, Madrid, 1961 (séptima edición), p. 184.
(2) RAMÓN Y CAJAL, Santiago: Mi infancia y juventud. pp. 185 a 188. Esta aventura de su autobiografía también la recordaba en el artículo de Dámaso Castejón, titulado "Los nombres de Aragón. Santiago Ramón y Cajal", publicado en el Heraldo de Aragón del 12 de octubre de 1919.
(3) Mi infancia y juventud, p. 187.
(4) Mi infancia y juventud, p. 189.(5) Mi infancia y juventud, pp. 189 y 190.
(6) RAMÓN Y CAJAL, Santiago: El mundo visto a los ochenta años, (impresiones de un arterioesclerótico). Madrid, Espasa Calpe, 1948, p. 69.
(7) LORENZO LIZALDE, Carlos: El pensamiento de Cajal. Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1991, p. 149.
(8) Mi infancia y juventud, p. 261.
(9) ANTÓN DEL OLMET, Luís y DE TORRES BERNAL, José: Los grandes españoles. Cajal. Editorial Magna Iberia, Madrid, 1918, p. 256.

Publicado en “Cuadernos Altoaragoneses” del Diario del Altoaragón. Domingo, 23 de junio de 1996

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